viernes, 19 de febrero de 2010

UNA HISTORIA PARA MIS VERDADEROS CAMARADAS

Un encuentro casual con un joven camarada de la Armada, en una fiesta familiar, me permitió escuchar sus inquietudes y preocupaciones.


Me habló de la decepción que generan la falta de presupuesto para volar y navegar, del precario estado de las unidades y del dolor que provoca la anulación de comisiones al extranjero, ascensos y comandos, a excelentes oficiales, por el solo hecho de tener un apellido vinculado a camaradas acusados de crímenes de lesa humanidad o por haber participado en cursos en el extranjero que hoy se consideran impropios para su formación.
Terminó confesándome que su frustración profesional le había hecho considerar pedir un temprano retiro, a pesar de su cariño a la institución y su firme vocación de servicio.
Le recordé, entonces, una anécdota de mi vida naval que me resultó aleccionadora.
Corría el año 1983 y me encontraba destinado en Alemania, formando parte de la comisión de recepción del destructor ARA "Heroína", en carácter de jefe de armamento.
Era la tercera nave de una serie de cuatro de las unidades más modernas del mundo que pasarían a constituirse en el núcleo de la Armada nacional por muchos años. En los últimos días de mi estadía en Hamburgo, conocí a un maduro oficial retirado de la marina de guerra alemana, que sentía una particular simpatía por sus camaradas argentinos.
En una larga charla, me comentó que el origen de sus sentimientos fue una experiencia vivida luego de finalizar la segunda guerra mundial.
En aquellos tiempos, me contó, a su país le habían sido confiscados todos sus buques de guerra, y sus astilleros y fábricas de producción de armamento estaban arrasados.
Los oficiales de la armada, para poder mantener su habilitación náutica, se veían forzados a navegar en buques de la marina mercante.
Según su relato, en la mayor parte de los puertos extranjeros a los que arribaban, se los trataba con encono y rechazo, por su condición de alemanes, pero una gran excepción era el puerto de Buenos Aires, adonde eran recibidos con respeto y consideración.
Sin perjuicio de lo curiosa que resulta esa empatía entre dos pueblos tan diferentes en su cultura y actitud como argentinos y alemanes, que va más allá de las cuestiones políticas o las alianzas militares, su relato me hizo meditar largamente sobre una cuestión que me parece crucial.
Allí estábamos los marinos argentinos, menos de cuarenta años después de la tremenda derrota alemana que destruyó toda su estructura de defensa y su armada en particular, comprando en ese país uno de los buques de diseño más moderno del mundo y recibiendo cursos e instrucción de su marina.
La pregunta que se me repitió durante muchos años fue:
¿Qué constituye el corazón de una armada?
¿Son sus buques, sus cañones y sus misiles?
¿Es su capacidad de producción de medios militares que puede generar o recuperar sus capacidades perdidas?
¿O son, simplemente, sus hombres, con sus conocimientos, su formación y su espíritu, que pueden hacer renacer todo lo demás, a pesar de cualquier circunstancia adversa?
Mi respuesta a esa pregunta es, sin duda, la tercera opción.
Los marinos alemanes habían perdido sus buques y sus fábricas, eran poco queridos en el mundo y no gozaban de apoyo en su propio país, pero se levantaron porque conservaban su espíritu, sus valores, sus tradiciones y su capacidad de sacrificio.
Esas virtudes están también presentes en la mayoría de los oficiales y suboficiales de nuestra Armada.
Como director de Educación Naval que fui, siempre admiré la sabiduría de nuestros antecesores, que supieron basar la formación de los marinos en principios fundamentales de lealtad, honestidad, sinceridad, valentía, espíritu de sacrificio y amor a la Patria, al mar y a la institución.
Esas virtudes son aun más importantes que la excelente capacidad profesional que brindan nuestras escuelas y constituyen el núcleo espiritual de la institución.
Por eso aconsejé al oficial del comienzo de mi relato que aleje la idea del retiro. Que en los momentos difíciles es cuando los hombres con valores se resignan a ver postergadas sus justas y merecidas expectativas personales, guardando sus puestos para cuando llegue el momento de renacer, crecer y reconstruir.
La Armada, al igual que el Ejército y la Fuerza Aérea, no deberían perder un hombre más ganado por la decepción y el desánimo, porque todos hacen falta para sostener el fuego sagrado y harán más falta aun cuando el futuro lo demande.
Como decía Ortega y Gasset, en cada momento de la historia están el hombre y su circunstancia.
A unos les tocaron los aciagos tiempos de los golpes de Estado, a otros enfrentar a la subversión, una generación enfrentó a los ingleses en Malvinas y otra sufre hoy los errores del pasado y las injusticias del presente.
Pero no es de buen marino abandonar el barco en medio de la tormenta. A los que el destino les puso esta prueba les cabe continuar con hidalguía para llevar el barco a buen puerto; es el desafío de esta generación y confío que, como todas las demás, sabrá cumplir con su Dios y con su Patria.


Juan Carlos Neves
contralmirante retiro efectivo,
veterano de guerra de Malvinas.

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